El Método I
¿Cómo debe conducirse la polémica teórica, el análisis y la elaboración de los temas ideológicos? Permítaseme que empiece por decir cómo, a mi juicio, no se debe hacer esto, y que para ello utilice una comparación que puede parecer estrafalaria pero que pienso que es apropiada. Hace varias décadas, la medicina tenía todavía, en muchas ramas, un carácter muy empírico; por suerte para ellos, los jóvenes que forman la mayor parte del público que me escucha no conocieron aquellos tiempos. Un ciudadano cualquiera, por ejemplo, tenía fuertes accesos de tos. Entonces el galeno le recetaba un jarabe como el que va a continuación (la receta es auténtica, no la inventé yo):
10 cc. de Tintura de Ipecacuana
10 cc. de Tintura de Opio
Bálsamo de Tolú, cantidad suficiente para 100 cc.
No alcanza con verla escrita en el papel: hay que imaginarse al viejo farmacéutico de entonces, en lo recóndito de su afamada «botica», cuyas paredes estaban recubiertas de anaqueles con grandes y vistosos bocales de vidrio y vasijas de loza blanca con historiadas volutas doradas y azul marino, cada uno con su rótulo escrito en latín, con muchas abreviaturas que lo hacían aún más indescifrable para el vulgo y contribuían al científico misterio del ambiente. El profesional, receta en mano, tomaba de ellos las cantidades apropiadas de cada ingrediente, revolvía bien y entregaba al cliente un frasco con la pócima. Por supuesto, la tos no se curaba; en el mejor de los casos, el licor era agradable y hasta aliviaba un poco los padecimientos.
Pues bien, mucha gente piensa que con procedimientos análogos pueden elaborarse teorías sociales. Pero, en materias ideológicas o teóricas, mucho más que en la vieja medicina, esos métodos no sirven para nada. Cualquiera puede tener algún recuerdo, quizás mal asimilado e impreciso, de cosas que dijo Carlos Marx; agregarle una fuerte dosis de ideología demócrata-burguesa, si es posible de aspecto europeo moderno; edulcorar con una buena porción de concepciones del viejo y obtuso reformismo decimonónico; diluir todo suficientemente con agua del Atlántico Norte; revolver bien y ofrecerlo al público en un envase con un letrero en que, sin falta, figure la palabra socialismo, que se ha hecho popular -¡hasta Hitler la usaba!-, las sagradas palabras democracia y libertad, algo de europeísmo, para evitar confusiones. Ya estará pronto un producto que, según las dosis utilizadas de cada ingrediente y la mayor o menor habilidad del fabricante, podrá llamarse eurocomunismo o socialdemocracia o algo por el estilo, y que podrá ser adquirido por clientes más o menos crédulos. Pero, así como nuestro jarabe era incapaz de curar la tos, tampoco estas combinaciones eclécticas y sin principios pueden resolver los problemas sociales y políticos, sanear las críticas situaciones por que atraviesa cada país y el mundo y que tantas penurias vuelcan sobre millones de trabajadores, de jóvenes, mujeres, hombres de la cultura.
Aunque, en rigor, debiera ser innecesario, me veo obligado a hacer algunas aclaraciones. Es posible que haya quienes se sientan heridos por el tono de lo que acabamos de decir. Pero es que estamos hablando de corrientes teóricas, ideológicas, y en ese terreno hay que ser tajantemente claro. Ello no debe obstaculizar, entorpecer, mucho menos impedir la unidad con movimientos y personas que sustentan los puntos de vista que criticamos, unidad en torno a objetivos que han sido y seguirán siendo comunes, por lo menos en determinados períodos. Es más: la propia amplitud y profundidad de las luchas sociales y políticas que enfrentan al imperialismo y a la oligarquía, determinan, por una parte, la necesidad de alianzas muy extendidas para derrotar a aquellos enemigos, por otro lado, esa misma extensión trae al movimiento puntos de vista inmaduros o-erróneos, que deben ser esclarecidos y combatidos para que no entorpezcan las etapas ulteriores del proceso revolucionario. Más adelante volveremos sobre este tema.
Pero retornemos el hilo de lo que estábamos diciendo. ¿Cuál es el método que asegura el avance científico-teórico, el progreso del conocimiento? No es el eclecticismo que toma fragmentos de diversas teorías y los recombina de una manera más o menos artificial. No es el del rechazo global de tal o cual teoría porque éste o aquel aspecto de la misma ha perdido actualidad o validez o es incluso manifiestamente erróneo. No es tampoco el de la repetición servil, escolástica, no crítica, de tal o cual orientación ideológica. Marx y Engels no procedieron así con Hegel, ni con Adam Smith, ni con los socialistas utópicos: los estudiaron profundamente, criticaron duramente y apartaron las falsas escorias que rodeaban muchas de sus tesis, penetraron en la médula racional que contenían-, y crearon algo profundamente nuevo que incluía lo más valioso y perdurable del pensamiento de aquéllos y, a la vez, rechazaba lo que debía ser sobrepasado. Procedían como el químico que, partiendo de un conjunto de materias primas, retiene de ellas los radicales más apreciables y los combina en una sustancia nueva, infinitamente más valiosa que aquéllas. Por supuesto. esa compleja alquimia no era sólo ni tanto análisis y reflexión critica y creadora ejercida sobre libros, textos o doctrinas: sus frutos más originales surgían de la confrontación con la práctica, con la realidad, con el árbol de la vida de que hablaba Goethe, una realidad escrutada agudamente, disecada con el escalpelo filoso de teorías que ayudaban a iluminarla y comprenderla, para descubrir en ella lo nuevo que no había sido- percibido antes o no lo había sido en forma satisfactoria, y que hay que interpretar, elaborar e incorporar al acervo teórico previo, enriqueciéndolo. A la vez, servirse de ella como piedra de toque para comprobar lo que sigue siendo válido en ese acervo y lo que debe ser modificado o descartado. En el lenguaje aforístico de Marx: «es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento» (1).” (JLMassera. Junio 1985. Homeanje a Lenin)